En esta fábula intento
demostrar la presunción vana de un necio:
Cuando estaba jugando a
las orillas del Sena, un niño cayó al agua, mas por gracia divina se hallaba
allí un sauce con cuyas ramas se salvó el pequeño. Pasó por allí un maestro de
poco entendimiento, y el infante gritó:
-- ¡ Auxilio que me ahogo
!
Ante dichos gritos, el maestro
se volvió, e imprudentemente y fuera de situación, empezó a sermonear al
infante:
-- ¡Mira qué travieso, a dónde
le ha llevado su locura!
¡Gasta tus horas cuidando esta
clase de
prole!
¡Desdichados padres, pobre de
ellos velando a todo momento por esta turba inmanejable! ¡Cuánto deben padecer,
y cómo lamento su destino!
Después de tanto hablar, saco
al niño de las aguas.
Censuro aquí a muchos más de
lo que se imaginan. Habladores y criticones y pedantes pueden reflejarse en el
escrito anterior; cada uno de ellos forma un pueblo numeroso; sin duda el
Creador bendijo esa prolífica casta.
¡No hay tema sobre el que no
piensen ejercer su habladuría! ¡Siempre tienen una crítica que hacer! ¡Pero
amigo, líbrame del apuro primero, y después suelta tu lengua!
Moraleja: Antes de señalar
los errores del prójimo, mejor primero ayúdalos a mejorar su situación.
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